8 de diciembre de 2008

Mi mejor error

Es como cuando todo te dice que estás equivocado y sin embargo sigues aferrado al mismo error, como si fuera el único camino transitable, como si no hubiera nada más allá. No sé si me explico. Lo siento, pero es que no debería seguir aquí, maquillando sentimientos como si fueran la respuesta a algún tipo de equilibrio racional. Y no puedo vivir de emociones domesticadas, compréndelo. Compréndeme.

En realidad es el hastío de las mismas melodías: Discutiendo similares palabras, una y otra vez. Una y otra vez. Enredando los insultos en nudos infinitos, apretados y llenos de piojos. La aberración de amor sube como la espuma y estalla. Es así. Grita, vuélvete loco. Corre, corre, corre...

Va siendo hora de hacer la maleta, ¿no crees?.

29 de noviembre de 2008

Vértigo


... A veces da vértigo pensar en todos esos momentos vividos. Darse cuenta de que son tan importantes, tan intensos, tan felices, que nada de lo que venga después producirá una sensación igual de plena. Ahora, justo en este instante, nada satisface, nada es especial. Todo corriente, demasiado corriente. Sin embargo, sé que si me adelantara un tiempo, dos, en el futuro, cada pequeño detalle contaría. Cada detalle me diría que fui feliz en ese momento, aún sin saberlo...




Los miedos al futuro son perjudiciales para la salud.

¡Mi premio!

¡He sido premiada!!! Qué menos que dedicártelo, niña. Muchas gracias.

18 de noviembre de 2008

Invitación


En días como hoy quisiera permanecer dormida,

con los calcetines secos

y la sonrisa en un bolsillo.


Invitación a la soledad.


(En realidad soy tan débil)

29 de octubre de 2008

Curro


El día que llegaste pensé que eras el perro más aburrido del mundo porque te pasaste el día durmiendo encima de la improvisada cama que te preparamos. Sólo te levantaste para beber un poco de leche. Pobrecito, llevabas toda la noche andando perdido y yo aún quería que tuvieses ganas de jugar, como cualquier otro cachorro. Pero no eras cualquier otro cachorro, en tu corto mes de vida no lo habías pasado bien y por eso escapabas por la carretera. Tuviste suerte, Currete, de que nos encontráramos. Pronto te convertiste en un cachorro feliz que nos destrozaba con sus pequeños dientecillos todas las camisetas. Luego descubriste que despedazar mis barbies también tenía su punto, y me encontraba una cabeza mordida por allá, y una pierna por aquí. Cuando dejé de jugar con muñecas te dio por mis tangas. Y yo te gritaba de todo, maldito, tenías ojo para elegir el más nuevo y bonito.


De lo que más me alegro es de haberte visto correr. En tus buenos tiempos corrías más que un galgo. Castiello, Candanchú, Santa Cristina, Montearagón, Salas, Loarre, la playa de Alicante... Has subido montañas, has galopado praderas, has nadado en el río, y en el mar... Y esas patas que tanto te hicieron correr, hoy te han separado para siempre de mi.


Ya no te harás más heridas en las patitas, no te volveré a hacer curas, ni te veremos caer constantemente por tu torpe cadera. No te volveremos a coger en brazos para subir un escalón. Sé que lo odiabas. Y es que no estabas hecho para quedarte quieto, para depender de los demás, para atarte a nada. Por eso te arrastrabas y te hacías daño. Por eso hemos tenido que elegir. Por eso estoy tan hecha mierda. Te has quedado dormidito encima mío, no te he dejado de abrazar hasta el final, y sé que nos has sentido ahí, contigo.


Pero ahora no estás. Me da miedo volver el viernes otra vez, y que estalle de nuevo la realidad de ese vacío. Joder, cuánto te hacías oír, sentir, querer. La casa va a reventar con tu silencio, cada rincón se llena de tu ausencia, Curro: la alfombra de la entrada, el salón, la escalera. Ahora no te puedo achuchar, ni darte besos en la cabecita, las caricias... Echaré de menos tu pelo, tan brillante, suave, bonito. Echaré de menos tus aullidos de alegría cuando llegábamos a casa. Echaré de menos tus morrazos húmedos para pedir comida, mimos, atención. Echaré de menos tu mirada, siempre pintada, que parecía entenderlo todo. Echaré de menos tu ruidosa forma de beber agua. Echaré de menos verte al lado de Roy, lo padrazo y pesado que eras con él. Echaré de menos a todo tu ser. No me hago a la idea todavía. Me has acompañado desde que tenía nueve años. Te voy a echar tanto de menos... Una parte de mi se irá contigo, gordo, y una parte tuya se quedará para siempre en mi. Para nosotros sólo quedarán buenos recuerdos. Gracias por todo. Nadie te olvidará en esta casa... Te queremos.


Un vacío en la familia. Duerme bien, Curri. Te quiero, mucho.

6 de octubre de 2008

Tejados y Lunas


Subo al tejado por las noches y escribo en mi libreta garabatos lunares. Miro de vez en cuando al mundo, tan pequeñito desde aquí, y veo a mis problemas jugar al escondite detrás de las farolas. Cuando les da la luz me río de ellos, de sus feas caras y sus cuerpos achaparrados. Los muy malditos se esconden entonces y tratan de asustarme teñidos de húmeda oscuridad nocturna. Ahora ya sé que son enanos saltarines imitando grotescos unos gestos de gigantes, todo depende de cómo quiera verlos. Me río de mis problemas y salto a otro tejado.

Me gustan los tejados porque la lluvia huele mejor ahí, la Luna se ve más grande y el viento paraliza el tic-tac de los relojes. Estoy posada encima de ti. Me asomo a tu ventana y te siento a través de las cortinas. Tienes llena la maleta de calcetines de colores, hay también un lápiz, una melodía y un gato blanco de ojos azules. Me siento de nuevo en tu tejado y me invento una buhardilla con tres ventanas pintadas de estrellas. Sí, me gusta inventarme sueños hechos a nuestra medida, construir jardines con rosales y fuentes antiguas, sentarme en un banco del parque más viejo y bonito del mundo y leer poemas, cuentos, historias. Darte un papel en mi teatro y besarte entre bambalinas, regalarte un otoño y todas las hojas que trae consigo para que adornen tus calles.

Me dice la Luna que no le bastan los aullidos ni maullidos, quiere que le susurre algún secreto y le preste mi manta de cuadros, tan arriba hace frío. Me acurrucaré esta noche en el alféizar de tu ventana, y dormiré abrazada en la distancia. Sólo quería que supieras que me encanta posarme en tu nariz, escalar por tu buhardilla y maullar en el tejado, aún a riesgo de resbalar en alguna teja helada y caer al vacío tan real de la mañana, cuando el sol sale y me quita las legañas.

19 de septiembre de 2008

Vivía en un bolsillo

“Paseaba con ella escondida en el bolsillo de su camisa. De vez en cuando, la traviesa saltaba, se escondía, y corría como loca por los jardines. Cansado de sus escapadas un día la encerró en el pequeño cajón de su mesita de noche. Pero ella creció, creció, creció... y el cajón quedó hecho pedazos. Dicen que por las noches se cuelga de los balcones, se sienta en las barandillas para rodearse de flores, y llora por aquél que no la supo cuidar. Durante el día pasea por tus calles, camina por los campos, y se ríe de la gente”.

25 de agosto de 2008

Caperucita


Quería ser querida, y resultó en su hazaña herida. Caperucita la bella era una niña plebeya que jugaba sola al atardecer y miraba a los pájaros amanecer. Pobre Caperucita por nadie querida, tan sola y tan herida. Llora, llora... ¡pero aprende de la zarzamora! que tiene espinas para defenderse de quien su fruto osa comerse. Y si tuvieras espinas serías rosa, vestida de rojo y muy hermosa.
Se llevó mordiscos de un fiero lobo, y como castigo lo convirtió en un perro triste y bobo. Ahora ninguno de los dos cree en cuentos, sólo en escarmientos; pero es de mutuo acuerdo seguir siendo un par de lerdos. Y miento, miento, miento al jugar con sentimientos.
Se va a pasear al bosque de la ciudad, y al andar se le quita esta ansiedad (edad, edad). Y mientras se entretiene con estúpida calma se secan sus lágrimas, su odio y su alma.
Si miras a la luna estaré subida hasta la una. Para subir salta, si es que me echas en falta.

8 de agosto de 2008

Horas de la distancia


... Si te soy sincera diré que en realidad me daba igual haber dormido poco o nada. Lo que quería era seguir sintiéndote abrazado a mi. Mientras, a las puertas de nuestro pequeño mundo no ha parado de llover, y me ha gustado tanto esa sensación que he detenido el tiempo, en silencio, para no despertarte. Sólo mi tiempo es mío. Y son malditas las horas de la distancia. Afuera sigue lloviendo, y ahora nuestro mundo está mojado porque no nos tiene, ni a ti, ni a mi... Malditas las horas de la distancia. Lejos...

Soledad

... Y la soledad rasgó con su puñal a esta noche partiendo el mundo, el tiempo, dos almas. Puerta que separa los caminos, no ceses de susurrar, aúlla ¡más fuerte! ¡Más! Llamas y no responde. La rabia grita. Puñal que rasga la noche. Es la hora del odio; es la hora fría. Tiempo consumido, promesas rotas, un segundo: Sólo un segundo. Puñal que rasga la noche: Soledad.

Doce toques de campana, doce lamentos en las calles húmedas que se dejan envolver por un silencio de niebla. Como espuma de sueño, los tortuosos callejones condenan tu mente. Sollozan las ilusiones que no consiguieron rescatarte de la melancolía que ahora te aprisiona. Mendigas la esperanza ciega: una Luna mágica, una montaña nevada, la transparencia de un lago y un prado muy verde. Fuego en el hogar y tres deseos por cumplir. Tres.

…Quizás mañana. Sentimiento que muere y renace, y en la despedida una sonrisa a traición. Mírate en el espejo, retornas a su silencio, a las verdades ocultas, a las visiones deformes. Retornas a la lisa superficie del reflejo mentiroso. Superficie helada, casa de la soledad.

El amanecer ensangrentado trae la realidad: Cabello enredado, cuerpo desnudo, esencia de sándalo y sueños descalzos. Nada más.

Camino

Un tejido brumoso, como aliento de fuego, se dejaba mecer entre las ramas. Y nos vestía con las íntimas transparencias de un momento hermoso. Cuerpo con cuerpo, anudadas sensaciones. Anduvimos entre burbujas de tormenta y susurraban los árboles a nuestro paso... Un camino. O varios. O ninguno. Qué más da. Ahora, todo es posible si tú quieres. ¿Vamos?

4 de agosto de 2008

Prostitute


"No sabía por qué, sin embargo decidió esperar. Las calles respondían a sus pasos con el silencio más frío. Frío, hacía frío, y apretó el abrigo gris contra sí misma. Estaba segura de que aquélla espera serviría para algo, quizás no. Pero ya nada le importaba: Cerró los ojos, suspiró. La noche en París ahuyentaba a la muerte con su bosque de farolas... Muerte en los balcones, muerte sentada en los bancos, enredada en una rama o paseando por los jardines. Pensó que, tal vez, era la muerte a quien andaba buscando. Miró el escaparate que tenía justo enfrente: Se imaginó a sí misma con dos niños de la mano comprando un enorme queso para una comida familiar. Imaginó a los pequeños protestando y diciéndole "Mamá, vamos a casa". Imaginó una casa. Imaginó una cama para dos. Imaginó compartirla con alguien para siempre. Y se dio cuenta de que una lágrima se deshacía en la acera, fundiéndose con la humedad de la que ya formaba parte. En ese momento, por fin, la espera dio su fruto. Las luces del coche la deslumbraron, entornó los ojos y un intento de sonrisa iluminó su rostro. Un rostro armónico, proporcionado, pálido y frágil. Tan frágil que parecía que una carcajada podía romperlo, desentonando la perfecta melodía de sus facciones. Desabrochó los tres primeros botones de su abrigo, y anduvo despacio hacia el coche. Su figura esbelta, a contraluz, recordaba al elegante paseo de los gatos callejeros. Una puerta se abrió invitándola a entrar. Así lo hizo, la puerta se cerró, y el coche se fue con su gato callejero dentro. Como tantas veces, las calles la despidieron en silencio mientras ella a su vez, también silenciosa, se despedía de aquéllos pequeños que jamás conocería, del queso, de la comida familiar. De la casa, de la cama, del tequiero. La noche en París continuó dormitando, con la muerte en sus entrañas, a la espera de un nuevo día".


Foto: Brassäi, Prostitute


Escrito en agosto de 2007

Él

Y de no responder se quedó mudo.

(Solo, sordo, él).

Descalza


Me has hecho perder los zapatos.
Ya te advertí que esto se me enredaría en el pelo.
Ahora voy descalza, caminando con cuidado.
Un pasito, otro...
Pero me da miedo encontrarme con más cristales.
Sin zapatos y con los recuerdos enredados en el pelo.
Qué miedo.
Por eso lloro, por nada más.

La caja de cartón

I

"-¡Niñata, que eres una niñata!- le gritó muy enfadado.
-Y qué más me da, mientras pueda seguir jugando... - triste, pero atrevida, soñaba con dibujar una ventana y sentarse en el alféizar para colgar los pies desnudos y ver, bajo ellos, el mundo.
- ¿No quieres jugar conmigo?- el viento traía consigo las nubes, no había estrellas que contar. Sólo una caja de cartón que invitaba a refugiarse.
- No quiero volver a verte nunca más- le dio la espalda, y se marchó. Tal y como ella lo había imaginado".



II

"Siguió andando, ahora sola, por las calles. Un gato se enredaba en los tejados y la lluvia en su jersey.
-¡Niñata, que eres una niñata!- el eco de las palabras en su mente. De nuevo se vio frente a él. Con un odio irrefrenable sintió más ganas que nunca de abrazarlo. No entendía sus contradicciones. No entendía nada. Tan sólo que el dolor podía paliarse si aprendía a no sentir. Pero no. No quería pasar frío. Pensó en su ventana, allí el sol le secaría las heridas. Deshizo sus pasos. La caja de cartón. Habían vuelto al mismo lugar, para recrear la escena en distinto momento.
-Qué más da que esté lloviendo, ven, juguemos. Es más divertido que estar solo. Me aburre mucho la soledad.

Sí, a ella también le asustaba muchísimo".

Pensamientos de gente normal

Sonreía sin apartar la vista de su café. Era la sonrisa más triste del mundo.
-Son palabras huecas- se decía. Las palabras arrugadas en el suelo esperaban morir en el olvido, silenciando el nombre de su amor.
Cogió su cuaderno, el sentimiento acechaba. La hoja en blanco temblaba ante la inminente muerte del mismo. Ahora, un desorden gritaba entre los pensamientos que tiene la gente normal.
Comenzó a escribir... Por él.