3 de septiembre de 2009

Espiral


Y cuando echas la vista atrás te das cuenta de que nada ha cambiado, sólo en tu recuerdo los minutos adquieren el color deseado, la textura que por un instante los devolverá al mundo real, casi palpables, pero escurridizos, tan escurridizos. Necesitamos de esos minutos para creer que algo se ha transformado en nosotros, algo de color rojo, casi morado, que a veces tiñe de negro los pensamientos más bonitos.
Entonces deseamos con todas nuestras fuerzas acariciar esta metamorfosis, crecer y poder volar sobre todas las experiencias vividas. Pero no. Te das cuenta de que no es así porque todo sigue igual que antes de chocar sus pasos con los tuyos. Son sólo minutos, segundos de tu existencia compartidos en el más vulgar de los absurdos, creyendo tener algo más importante que el resto de la gente, anónima gente que no vivirá un sentimiento como el tuyo... Cuando un día han pasado trillones de segundos, y te das cuenta de que todo es tiempo... Todo es tiempo. Y tú no has sabido construir sobre vuestras cabezas un refugio mejor, ni un suelo firme bajo los pies, vuestros momentos se escapan entre los dedos como se escapa el tiempo de los demás. Porque te has dedicado a pensar demasiado, a vivir meciéndote en un pasado, saltando el presente, teorizando un futuro que no es. Y a hablar por hablar.
Algo te dice, sin embargo, que merece la pena intentar salir del absurdo, vulgar anonimato al que te conduce la espiral de cada día, y gritar que sí, que lo vuestro podría ser perfecto si no fuera una locura y que sabéis que sois los favoritos de la Luna cuando camináis en la noche.





Felicidades eternas a ti también.
Te quiero.

Demasiado polvo por aquí...

Voy a por el trapo para limpiar la suciedad del vacío.