29 de octubre de 2008

Curro


El día que llegaste pensé que eras el perro más aburrido del mundo porque te pasaste el día durmiendo encima de la improvisada cama que te preparamos. Sólo te levantaste para beber un poco de leche. Pobrecito, llevabas toda la noche andando perdido y yo aún quería que tuvieses ganas de jugar, como cualquier otro cachorro. Pero no eras cualquier otro cachorro, en tu corto mes de vida no lo habías pasado bien y por eso escapabas por la carretera. Tuviste suerte, Currete, de que nos encontráramos. Pronto te convertiste en un cachorro feliz que nos destrozaba con sus pequeños dientecillos todas las camisetas. Luego descubriste que despedazar mis barbies también tenía su punto, y me encontraba una cabeza mordida por allá, y una pierna por aquí. Cuando dejé de jugar con muñecas te dio por mis tangas. Y yo te gritaba de todo, maldito, tenías ojo para elegir el más nuevo y bonito.


De lo que más me alegro es de haberte visto correr. En tus buenos tiempos corrías más que un galgo. Castiello, Candanchú, Santa Cristina, Montearagón, Salas, Loarre, la playa de Alicante... Has subido montañas, has galopado praderas, has nadado en el río, y en el mar... Y esas patas que tanto te hicieron correr, hoy te han separado para siempre de mi.


Ya no te harás más heridas en las patitas, no te volveré a hacer curas, ni te veremos caer constantemente por tu torpe cadera. No te volveremos a coger en brazos para subir un escalón. Sé que lo odiabas. Y es que no estabas hecho para quedarte quieto, para depender de los demás, para atarte a nada. Por eso te arrastrabas y te hacías daño. Por eso hemos tenido que elegir. Por eso estoy tan hecha mierda. Te has quedado dormidito encima mío, no te he dejado de abrazar hasta el final, y sé que nos has sentido ahí, contigo.


Pero ahora no estás. Me da miedo volver el viernes otra vez, y que estalle de nuevo la realidad de ese vacío. Joder, cuánto te hacías oír, sentir, querer. La casa va a reventar con tu silencio, cada rincón se llena de tu ausencia, Curro: la alfombra de la entrada, el salón, la escalera. Ahora no te puedo achuchar, ni darte besos en la cabecita, las caricias... Echaré de menos tu pelo, tan brillante, suave, bonito. Echaré de menos tus aullidos de alegría cuando llegábamos a casa. Echaré de menos tus morrazos húmedos para pedir comida, mimos, atención. Echaré de menos tu mirada, siempre pintada, que parecía entenderlo todo. Echaré de menos tu ruidosa forma de beber agua. Echaré de menos verte al lado de Roy, lo padrazo y pesado que eras con él. Echaré de menos a todo tu ser. No me hago a la idea todavía. Me has acompañado desde que tenía nueve años. Te voy a echar tanto de menos... Una parte de mi se irá contigo, gordo, y una parte tuya se quedará para siempre en mi. Para nosotros sólo quedarán buenos recuerdos. Gracias por todo. Nadie te olvidará en esta casa... Te queremos.


Un vacío en la familia. Duerme bien, Curri. Te quiero, mucho.

6 de octubre de 2008

Tejados y Lunas


Subo al tejado por las noches y escribo en mi libreta garabatos lunares. Miro de vez en cuando al mundo, tan pequeñito desde aquí, y veo a mis problemas jugar al escondite detrás de las farolas. Cuando les da la luz me río de ellos, de sus feas caras y sus cuerpos achaparrados. Los muy malditos se esconden entonces y tratan de asustarme teñidos de húmeda oscuridad nocturna. Ahora ya sé que son enanos saltarines imitando grotescos unos gestos de gigantes, todo depende de cómo quiera verlos. Me río de mis problemas y salto a otro tejado.

Me gustan los tejados porque la lluvia huele mejor ahí, la Luna se ve más grande y el viento paraliza el tic-tac de los relojes. Estoy posada encima de ti. Me asomo a tu ventana y te siento a través de las cortinas. Tienes llena la maleta de calcetines de colores, hay también un lápiz, una melodía y un gato blanco de ojos azules. Me siento de nuevo en tu tejado y me invento una buhardilla con tres ventanas pintadas de estrellas. Sí, me gusta inventarme sueños hechos a nuestra medida, construir jardines con rosales y fuentes antiguas, sentarme en un banco del parque más viejo y bonito del mundo y leer poemas, cuentos, historias. Darte un papel en mi teatro y besarte entre bambalinas, regalarte un otoño y todas las hojas que trae consigo para que adornen tus calles.

Me dice la Luna que no le bastan los aullidos ni maullidos, quiere que le susurre algún secreto y le preste mi manta de cuadros, tan arriba hace frío. Me acurrucaré esta noche en el alféizar de tu ventana, y dormiré abrazada en la distancia. Sólo quería que supieras que me encanta posarme en tu nariz, escalar por tu buhardilla y maullar en el tejado, aún a riesgo de resbalar en alguna teja helada y caer al vacío tan real de la mañana, cuando el sol sale y me quita las legañas.