4 de octubre de 2009

Algo para pintar

Con los pelos que se le cayeron a mi gato hice un pincel.
Con un trocito de cielo me inventé el azul.
Y el naranja, con dos mandarinas que guardo en un bolsillo.
Necesitaré que me regales los minutos que abandona tu reloj.
Y entonces...
Entonces sólo tendré que encontrar algo para pintar...

3 de septiembre de 2009

Espiral


Y cuando echas la vista atrás te das cuenta de que nada ha cambiado, sólo en tu recuerdo los minutos adquieren el color deseado, la textura que por un instante los devolverá al mundo real, casi palpables, pero escurridizos, tan escurridizos. Necesitamos de esos minutos para creer que algo se ha transformado en nosotros, algo de color rojo, casi morado, que a veces tiñe de negro los pensamientos más bonitos.
Entonces deseamos con todas nuestras fuerzas acariciar esta metamorfosis, crecer y poder volar sobre todas las experiencias vividas. Pero no. Te das cuenta de que no es así porque todo sigue igual que antes de chocar sus pasos con los tuyos. Son sólo minutos, segundos de tu existencia compartidos en el más vulgar de los absurdos, creyendo tener algo más importante que el resto de la gente, anónima gente que no vivirá un sentimiento como el tuyo... Cuando un día han pasado trillones de segundos, y te das cuenta de que todo es tiempo... Todo es tiempo. Y tú no has sabido construir sobre vuestras cabezas un refugio mejor, ni un suelo firme bajo los pies, vuestros momentos se escapan entre los dedos como se escapa el tiempo de los demás. Porque te has dedicado a pensar demasiado, a vivir meciéndote en un pasado, saltando el presente, teorizando un futuro que no es. Y a hablar por hablar.
Algo te dice, sin embargo, que merece la pena intentar salir del absurdo, vulgar anonimato al que te conduce la espiral de cada día, y gritar que sí, que lo vuestro podría ser perfecto si no fuera una locura y que sabéis que sois los favoritos de la Luna cuando camináis en la noche.





Felicidades eternas a ti también.
Te quiero.

Demasiado polvo por aquí...

Voy a por el trapo para limpiar la suciedad del vacío.

3 de enero de 2009

A veces


Es difícil de explicar.

... Entonces, de repente, te vuelvo a distinguir en esa playa, donde no teníamos más que nuestros pies de arena. Se deshacían en el agua mientras fotografiábamos con dibujos el momento. Éramos peces transparentes. Y sonrío. Sonrío porque tú estabas sólo para mi. Yo estaba sólo por ti. Pero la felicidad es efímera, casi inexistente, y tendemos a atraparla entre recuerdos, cuando ya apenas se deja tocar. Cuando no podemos asegurar siquiera si fue felicidad o un buen momento, o ambas cosas.

Cuesta aceptar que es una misma la que se pinta de viscosa oscuridad. Sin querer encuentro un bote, levanto la tapa oxidada, respiro: un contenido de penetrante olor. Y lo esparzo. Esparzo la textura de pintura grumosa por mi rostro, mi cuello, mis hombros, mi pecho, mi vientre... todo se tiñe hasta mis tobillos, y luego mis pies. En ese momento estoy a infinita distancia de nuestra playa, de nuestros momentos, de ti.

Es esa oscuridad, a veces indiferente, a veces molesta, insultante, que a veces grita, muerde, la que distingues en mis ojos. Es una máscara, es maquillaje, es un escudo. Es una armadura que me vuelve fría, que se va pegando a mí cuando no estás. Te odio, entonces te odio. Porque cuando estás no eres imprescindible. Soy, eres parte de mi, somos: Y no haría nada más que amarte toda la vida. Es ahora, cuando me faltas, que siento la necesidad de ti. Porque siempre que me faltas te necesito, y me da miedo no volverte a encontrar, y mi miedo crea monstruos, crea odio.

Pero no me engaño: No te tengo, ni te tendré, porque nunca te he tenido ni te quiero tener. Sólo quiero que seamos, sin más verbos de por medio para complicarnos.

Es difícil de explicar. Soy difícil de explicar. Soy difícil. Soy.

Pero a veces, solamente a veces.









La ilusión de un primer tiempo acaba por permanecer dormida en los recuerdos.