4 de agosto de 2008

Prostitute


"No sabía por qué, sin embargo decidió esperar. Las calles respondían a sus pasos con el silencio más frío. Frío, hacía frío, y apretó el abrigo gris contra sí misma. Estaba segura de que aquélla espera serviría para algo, quizás no. Pero ya nada le importaba: Cerró los ojos, suspiró. La noche en París ahuyentaba a la muerte con su bosque de farolas... Muerte en los balcones, muerte sentada en los bancos, enredada en una rama o paseando por los jardines. Pensó que, tal vez, era la muerte a quien andaba buscando. Miró el escaparate que tenía justo enfrente: Se imaginó a sí misma con dos niños de la mano comprando un enorme queso para una comida familiar. Imaginó a los pequeños protestando y diciéndole "Mamá, vamos a casa". Imaginó una casa. Imaginó una cama para dos. Imaginó compartirla con alguien para siempre. Y se dio cuenta de que una lágrima se deshacía en la acera, fundiéndose con la humedad de la que ya formaba parte. En ese momento, por fin, la espera dio su fruto. Las luces del coche la deslumbraron, entornó los ojos y un intento de sonrisa iluminó su rostro. Un rostro armónico, proporcionado, pálido y frágil. Tan frágil que parecía que una carcajada podía romperlo, desentonando la perfecta melodía de sus facciones. Desabrochó los tres primeros botones de su abrigo, y anduvo despacio hacia el coche. Su figura esbelta, a contraluz, recordaba al elegante paseo de los gatos callejeros. Una puerta se abrió invitándola a entrar. Así lo hizo, la puerta se cerró, y el coche se fue con su gato callejero dentro. Como tantas veces, las calles la despidieron en silencio mientras ella a su vez, también silenciosa, se despedía de aquéllos pequeños que jamás conocería, del queso, de la comida familiar. De la casa, de la cama, del tequiero. La noche en París continuó dormitando, con la muerte en sus entrañas, a la espera de un nuevo día".


Foto: Brassäi, Prostitute


Escrito en agosto de 2007

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