1 de septiembre de 2011

Septiembre

Huele a chimenea. Mi memoria camina hacia los otoños en la montaña, cuando mi padre me alzaba sobre sus hombros, cerca de la zarzamora. Con cuidado de no pincharme recogía las moras más bonitas que veía, tan negras y brillantes. Orgullosa, depositaba después mi trofeo en la cesta e impaciente, casi emocionada con la tarea, continuaba buscando frutos, comiendo tres, soltando uno.

Septiembre me trae también el tacto suave de la uva, las uvas del huerto que comía con mi abuelo, que entre risas regalábamos al perro. La gata, siempre subida al tejadillo de la parra, observando nuestros juegos. Y veo también a mi abuela, saludando desde el balcón, los brazos en jarra y aquel movimiento de cabeza, tan suyo y mío cuando me decía "ah, pues, rematada...".

Siempre me he sentido dueña de septiembre. Nací en el noveno mes. Es el remanso de paz que deja el verano, es la nostalgia que araña y mueve los árboles. Es el cariño que despierta en mí encontrar un robellón, recordando cómo Andrés y yo seguíamos las instrucciones de nuestro padre, cómo cortar un hongo, qué cesta llevar, qué seta evitar. Mira, allá, una huella de jabalí. Nos creíamos protagonistas de una aventura tan real como nuestra imaginación pintaba.

Y qué sería de septiembre sin la lluvia, cuando encendíamos fuego en el hogar y nos calentábamos. Fuera comenzaban a batirse los primeros fríos con la tierra mojada. El viejo nogal sigue regalándonos sus nueces, y el manzano aún hoy espera que vuelva a encaramarme a él, a saltar entre sus ramas.

A veces pienso que debo a septiembre mi amor por los bosques, mi hábito de recoger piñas y hojas, ser incapaz de dejarlas en el suelo una vez se hallan en mi mano. Las guardo en el bolso, y van conmigo. Es un secreto, entre el otoño, y yo.

Veo mi flequillo, mi pelo negro debajo de la capucha roja. Cómo me gustaba ese jersey. Las botas, el vaquero, y mi jersey rojo, con capucha, siempre la capucha. Mi madre suspiraba, preguntándose por qué no prefería las faldas. Y yo, protagonista de mi cuento, sabía que todo aventurero necesita cubrirse la cabeza, protegerla de la lluvia, esconderse de los enemigos. Montaba en mi caballo y corría entre los árboles. Las faldas eran para otras chicas, esas que odian la lluvia y prefieren besarse con sus enemigos.

Comienza septiembre. El futuro huele a chimenea, es ahora dulce como la uva y la mermelada de mora. Septiembre siempre ha sido el comienzo de mi ciclo interior, las tarjetas de cumpleaños, montaña, pueblo y bosque, un calor familiar y el primer frío.

Comienza septiembre y acuno un nuevo ciclo.

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