8 de septiembre de 2011

Mujer de agua

Eres mentira, fuiste espejismo de mis anhelos. Te convertí en algo real con un encantamiento y la flor de azahar que guardaba en la mano, que esperaba serte entregada.
Pero ya no se dibuja la intensidad palpable del oasis de mi vida, me voy perdiendo en ese mar de donde vine. Oigo a las mujeres de agua, me llaman y me convierto en una de ellas. Me fundo con el mar, que baña otras tierras, que nunca queda quieto. Que va, y que vuelve.
Me alejo y me fundo con un horizonte incierto, y ni siquiera eres capaz de llorarme. Me volví fría de quedarme a tu lado quieta y de no abrazar una luna caliente. Tus palabras de plástico duro se han congelado y se adhieren a mi espalda, cuando trato de olvidarlas me arrancan la piel, me dejan desnuda. Tus palabras frías. Tú, frío. Tus promesas. Mientes.
Cansada de ofrecerte mi mano, de recibir tu respuesta vacía, me voy maldiciendo tu rostro. Y que la espuma del mar me vista de nuevo.

"Y un día preguntarás por mí y no me volverás a ver..."


5 de septiembre de 2011

Me llevaría al gato entre mis brazos a nuestra Luna de Nácar.


Hoy, más que nunca te llamaría. En casa nada va bien. Pegaría un portazo y sin soltar la mano del pomo arrancaría a correr, lanzando lejos la puerta, las llaves, el todo. Iría lejos, puede que contigo y con el gato recogido en mis brazos. Entonces te explicaría qué ha pasado, no me darías tu opinión, nunca dabas tu opinión, pero me harías reír, siempre me hacías reír. Me hablarías de otra cosa, de algo aburrido y cotidiano, y perdidos en el diálogo color tierra rutina, se me pasaría el enfado.
Pero no voy a llamarte, no debo hacerlo. Me vas dejando sin hierbas el camino, sin dejar espacio a la duda, sin albergar esperanza. No sabes que sé qué piensas, lo leo en tus ojos, las pocas veces que nos leemos las miradas. Y por eso no te llamo, ni te llamaré. Al final tendrás razón, no es necesario hablar o decirnos, mi imaginación llega más lejos de lo que tú jamás llegarás a explicar. La verdad danza conmigo cuando cada noche cuelgo del techo una luna de nácar.
¿Es esto ser fuerte? Quería estar sola, ahora estoy sola, soledad de kleenex húmedos y almohada.

Quería volar, abriste nuestra jaula, y ahora tengo pánico a abrasarme con la luz del sol.

4 de septiembre de 2011

Demencia feliz

Era alguien que sacaba lo peor y lo mejor de mí. Me retorcía -demencia feliz- en curvas sinuosas. Subíamos y bajábamos las montañas del alma. Hoy soy corriente. Línea contínua, camino asfaltado. Mis palabras ya no son besos, ni tampoco insultos. Tengo la gama de grises en la cara.



Y un arnés de seguridad por si salgo a volar.

Fuego

Quemas.
Qué más da.
Escribo para que un día veas que no olvidé tu olor.
Quemas.
Qué más da.
Escribo para alejarme de ti, te dibujo en papel cebolla.
Quemas.
Qué más da.
Escribo hace tiempo lunas en tu ventana y no lo sabes.
Quemas.
Qué más da.
Escribo para olvidar que un día mirarás, y me odiarás.
Quemas.
Qué más da.
Escribo un cuento en tus pies, para que caminen libres.

Ardes.

1 de septiembre de 2011

Septiembre

Huele a chimenea. Mi memoria camina hacia los otoños en la montaña, cuando mi padre me alzaba sobre sus hombros, cerca de la zarzamora. Con cuidado de no pincharme recogía las moras más bonitas que veía, tan negras y brillantes. Orgullosa, depositaba después mi trofeo en la cesta e impaciente, casi emocionada con la tarea, continuaba buscando frutos, comiendo tres, soltando uno.

Septiembre me trae también el tacto suave de la uva, las uvas del huerto que comía con mi abuelo, que entre risas regalábamos al perro. La gata, siempre subida al tejadillo de la parra, observando nuestros juegos. Y veo también a mi abuela, saludando desde el balcón, los brazos en jarra y aquel movimiento de cabeza, tan suyo y mío cuando me decía "ah, pues, rematada...".

Siempre me he sentido dueña de septiembre. Nací en el noveno mes. Es el remanso de paz que deja el verano, es la nostalgia que araña y mueve los árboles. Es el cariño que despierta en mí encontrar un robellón, recordando cómo Andrés y yo seguíamos las instrucciones de nuestro padre, cómo cortar un hongo, qué cesta llevar, qué seta evitar. Mira, allá, una huella de jabalí. Nos creíamos protagonistas de una aventura tan real como nuestra imaginación pintaba.

Y qué sería de septiembre sin la lluvia, cuando encendíamos fuego en el hogar y nos calentábamos. Fuera comenzaban a batirse los primeros fríos con la tierra mojada. El viejo nogal sigue regalándonos sus nueces, y el manzano aún hoy espera que vuelva a encaramarme a él, a saltar entre sus ramas.

A veces pienso que debo a septiembre mi amor por los bosques, mi hábito de recoger piñas y hojas, ser incapaz de dejarlas en el suelo una vez se hallan en mi mano. Las guardo en el bolso, y van conmigo. Es un secreto, entre el otoño, y yo.

Veo mi flequillo, mi pelo negro debajo de la capucha roja. Cómo me gustaba ese jersey. Las botas, el vaquero, y mi jersey rojo, con capucha, siempre la capucha. Mi madre suspiraba, preguntándose por qué no prefería las faldas. Y yo, protagonista de mi cuento, sabía que todo aventurero necesita cubrirse la cabeza, protegerla de la lluvia, esconderse de los enemigos. Montaba en mi caballo y corría entre los árboles. Las faldas eran para otras chicas, esas que odian la lluvia y prefieren besarse con sus enemigos.

Comienza septiembre. El futuro huele a chimenea, es ahora dulce como la uva y la mermelada de mora. Septiembre siempre ha sido el comienzo de mi ciclo interior, las tarjetas de cumpleaños, montaña, pueblo y bosque, un calor familiar y el primer frío.

Comienza septiembre y acuno un nuevo ciclo.