3 de enero de 2009

A veces


Es difícil de explicar.

... Entonces, de repente, te vuelvo a distinguir en esa playa, donde no teníamos más que nuestros pies de arena. Se deshacían en el agua mientras fotografiábamos con dibujos el momento. Éramos peces transparentes. Y sonrío. Sonrío porque tú estabas sólo para mi. Yo estaba sólo por ti. Pero la felicidad es efímera, casi inexistente, y tendemos a atraparla entre recuerdos, cuando ya apenas se deja tocar. Cuando no podemos asegurar siquiera si fue felicidad o un buen momento, o ambas cosas.

Cuesta aceptar que es una misma la que se pinta de viscosa oscuridad. Sin querer encuentro un bote, levanto la tapa oxidada, respiro: un contenido de penetrante olor. Y lo esparzo. Esparzo la textura de pintura grumosa por mi rostro, mi cuello, mis hombros, mi pecho, mi vientre... todo se tiñe hasta mis tobillos, y luego mis pies. En ese momento estoy a infinita distancia de nuestra playa, de nuestros momentos, de ti.

Es esa oscuridad, a veces indiferente, a veces molesta, insultante, que a veces grita, muerde, la que distingues en mis ojos. Es una máscara, es maquillaje, es un escudo. Es una armadura que me vuelve fría, que se va pegando a mí cuando no estás. Te odio, entonces te odio. Porque cuando estás no eres imprescindible. Soy, eres parte de mi, somos: Y no haría nada más que amarte toda la vida. Es ahora, cuando me faltas, que siento la necesidad de ti. Porque siempre que me faltas te necesito, y me da miedo no volverte a encontrar, y mi miedo crea monstruos, crea odio.

Pero no me engaño: No te tengo, ni te tendré, porque nunca te he tenido ni te quiero tener. Sólo quiero que seamos, sin más verbos de por medio para complicarnos.

Es difícil de explicar. Soy difícil de explicar. Soy difícil. Soy.

Pero a veces, solamente a veces.









La ilusión de un primer tiempo acaba por permanecer dormida en los recuerdos.